Y suenan donde olfateo

La casa se siente fría, quizá sea la ausencia de árbol y esferas doradas,

mi habitación se ha convertido en hotel de paso, en ella duermo la mitad de la semana y mi ropa esta helada cuando cambio de muda.

Hay días en que ni yo misma me reconozco, soy esta misma pero con treinta años reflejados en el espejo de detalles pequeños.

Ahora que Las intermitencias de la muerte me acompaña en esos largos viajes para llegar a muchas partes -a todas menos a las que organizo- reflexiono constantemente acerca de la muerte ("sin mayuscula"); cómo sería el último día de mi vida, y parece extraño, es la única certeza que tengo hasta el momento, algún día moriré.

Hay un capítulo de los Simpsons donde Homero se entera que tiene 24 horas de vida. Resignado hace un plan de prioridades que van del uno al diez: plantar un árbol, jugar con Bart, escribir un libro y todas esas payasadas que tenemos tiempo de hacer pero que nunca le ponemos atención (digo payasadas porque cuando se repiten mucho terminan por convertirse en cliches).

Y sí, he pensado mucho en esa lista ... la primera sería creer más en Dios, aveces me parece tan bastracto pero al mismo tiempo creo que el universo necesita de alguien para dar orden y él es precisamente ese ordenador mágnifico ...