Lessventuras de GIA AZJE

Rainbow adeventures con mucho glam y glitter

19.4.07

Carta para remendar los calcetines rotos

Martes 17 de Abril
Es un lugar bastante extraño para sentarse a escribir; el caos contemplado desde otra perspectiva: Una gran avenida donde cada día se cruzan historias personales viviendo el anonimato dentro de sus automóviles, mientras tanto, la orquesta sonora del ruido de los motores se acompaña del clima caluroso y la gente sola o acompañada espera la llegada del microbús para trasladarse a casa. Es un sitio como tantos otros, un espacio físico del que nadie pretende adueñarse, es el cruce de muchos caminos donde la gran mayoría espera para partir. Yo no, es uno de mis lugares favoritos desde que cierto día, arrastrando la tristeza, me senté a la espera del autobús y así sin más me solté a llorar. La atmósfera me acobijo el tiempo suficiente para derramar la nostalgia hasta que la última gota desapareció entre mis mejillas. Aquí, pareciera que el enloquecedor movimiento de mucha gente me ha ido atrapando para convencerme de que la vida es un eterno dinamismo. La sencilla respuesta se encuentra en mi infancia; Papá y Mamá siempre me compraban cubos de madera en diferentes tamaños y colores, y con ellos construía enormes ciudades a escala; al terminar me hallaba fascinada, observando la armonía ficticia de una ciudad de juguete. Así de simple me gustan las ciudades y su movimiento.
Que locura, nadie esperaría escribir una carta en la parada del microbús. Hoy estoy aquí, en una ciudad real donde hay gente a mí alrededor que también es real, con sonidos y aromas verdaderos pues aquellos tiempos en que construía ciudades de madera sólo eran edificaciones de ficción.
Han pasado cuatro microbuses y es gracioso, aunque no me he subido a ninguno de ellos, estoy satisfecha. Finalmente yo soy la que decido cuando subirme, cuando abordar uno de los tantos viajes del día. Hoy prefiero aguardar un poco y continuar escribiendo; dejar que la energía del momento me lleve a donde es preciso. Desde hace un mes buscaba el instante adecuado pero nunca llegó la inspiración y terminaba un tanto frustrada por el éxito nulo. Llegué a pensar que escribir ésta carta e iniciar el camino de la compostura, sería algo más complejo pero bien dicen:
Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá la puerta.
Y bien ¿qué es eso importante de lo que me es necesario escribir? Había ensayado varias formas de estructurar el discurso; comenzar con un ¡Hola!, tal vez un trilladísimo ¿Cómo has estado? podría romper el muro de hielo que dejé con mi indiferencia pero creo que es mejor comenzar con un simple: Es momento de hablar, ha pasado el tiempo suficiente y con ello he comprendido – hasta apenas – que sin darme cuenta transgredí su corazón.
Hace poco leí en un libro de Paulo Coelho, la forma terapéutica y sana para expulsar el dolor consumado en el desamor; la verdad es que me resultó magnifico. Ahí se dice que hay que contar la historia, repetirla cuantas veces sea necesaria pues en cada expresión logramos liberarnos del dolor y del pasado; así pues he decidido contar nuestra historia y liberarte, aunque tú, claramente, conozcas éste testimonio como si fuera cada una de las líneas de tu mano.

Comienza más o menos así … Llegué a tu ciudad cuando la mitad de los días de enero ya habían transcurrido. Buscaba hallarme alejada de mis padres y de todo lo que me recordará a mi misma, pero extrañamente, al bajar del avión y mis pies tocar el suelo de tu tierra, todo el corazón se me lleno de miedo, creyendo con la razón que jamás podría ser capaz de forjarme un futuro triunfante. Una
joven gris, derramándose en materia superficial y pretendiendo no hacerle caso a los llamados de un eco que me gritaba: Escribe, escribe, escribe. Preferí entregarme a las manos de la mediocridad.
Viendo la incapacidad de mi voluntad, decidí perderme entre las banalidades de la vida en la playa, gastarme el fideicomiso que me dejó mi padre y odiar aún más a los gringos porque ellos hacían lo mismo que yo pero sin que la culpa los carcomiera.
Y como sucede en la vida, las causalidades me llevaron – a la segunda semana – al único antro de ambiente; buen lugar para olvidar mi frustración y continuar con la fiesta interna que me había llevado desde casa. Como siempre, aquella noche me dejé llevar por la euforia de mis hormonas y tras dos intentos fallidos de ligarme a una buena nalga, así con esa misma gracia del humor involuntario de casi todos los momentos importantes de mi vida, llegaste tú por equivocación. Mi amiga Teresa, quien le hacía de cupido, confundida creyó que mis instrucciones iban dirigidas hacía ti.
Lo aceptó y estoy avergonzada; preferí jugar con el deseo, excitando únicamente mi vanidad y omití la parte en la que me decías que tenías pareja, no me importó. Sí, me sentí con el poder necesario para ponerme un moño sobre la cabeza y venderme a ti, hacerte vulnerable entre mis besos y caricias pues yo era lo mejor que te estaba sucediendo esa noche. ¿Después qué ocurrió? Olvide entre varias cervezas el evento del baño, sólo recordando salir apresuradamente de él porque nos sorprendieron, tomar de la mano a mi amiga y subir al taxi que nos llevó al departamento.
Al siguiente día la resaca punzaba frenéticamente en mi cabeza pero todo se había quedado en una noche estúpida de diversión. Yo feliz, aparente sonrisa de hacer lo que se me pegaba la gana, nadie estaba ahí para enumerar responsabilidades, ésta era la oportunidad para demostrar que aún podía suspirar el libertinaje.
Encontré en mi celular varios números recién incluidos, todos tenían un nombre pero la memoria me fallaba para recordar los rostros de esas palabras; decidí dejarlos intactos y esperar no sé que, alguien me había dicho que es mejor guardar un as bajo la manga.

Después de tres días, a la salida de otra fiesta que tuvo una combinación rarísima de whisky con refresco de naranja, me dejé convencer por mis amigas y ellas escribieron un par de mensajes, poco decorosos, los cuales llegaron al buzón de tú teléfono. Sólo era un juego de promiscuidad pero accediste, contestaste a la provocación, quizá para demostrar que eras más valiente que yo. Así, de ésta manera tan poco tierna y escasa de amor, concordamos en vernos al siguiente día y tomarnos un café para conocernos en mejor estado, aunque sigo pensando que los borrachos y los niños son los únicos que dicen la verdad autentica.
Llegué puntual, compré una revista de modas para hacer de la espera un espacio pasajero y recuerdo que varias veces tapé mi nariz porque aún costado del callejón se encontraba una franquicia de hamburguesas y el olor que se cocina en la gran “M” amarilla, no puedo evitarlo, me da asco.
Veinte minutos después apareciste. Muy mal, detesto esperar. Yo no puedo esperar a nadie, ellos deben esperar por mí. En recientes fechas esa actitud soberbia se ha ido despidiendo de mi personalidad, uno termina por bajar la guardia comprendiendo que el amor puede transformar hasta al corazón más reacio.
En fin, qué podía perder, nada. ¿Adonde vamos?, pregunté. Aquí cerca hay un café que también es librería, probablemente te guste, afirmaste. Ahora que estoy escribiendo ésta carta, busqué entre mis cosas una nota de consumo de aquel entonces que aún conservo; olvidé el nombre de la librería-café y mira, parece que coleccionar recuerdos tiene buen beneficio. “El pabilo” fue el sitio de nuestra primera charla. Cuatro largas horas en donde pretendimos resumir nuestra vida, claro, resaltando los hechos más prodigiosos pues en toda primera cita se debe vender excelentemente el producto. Gente llegaba, conversaba un rato, tomaban café y después se retiraba, y nosotras aún seguíamos ahí no queriendo finalizar, inventando decenas de temas para continuar con la platica, pero ya se auguraba el tedio y finalmente pagamos la cuenta. Al salir del “Pabilo”, como pintado por el destino, enfrente, cruzando la avenida, relucían las grandes letras de un hotel. Nos quedamos en silencio y al parecer pensamos en lo mismo; te miré directo a los ojos y para no engañarme, se me ocurrió preguntarte sí querías hacer algo más. Con la misma adrenalina recorriendo la sangre por todo tu cuerpo, respondiste: ¿Cómo qué? Podemos ir al cine. Entonces comencé a reírme irónicamente. Señorita, quién tiene ganas de ir al cine cuando siente que las venas se le revientan de deseo. Parece que comprendiste la mirada poco amigable que te lancé; cruzamos la calle y en cuestión de minutos, así de apresuradas, nos encontrábamos sentadas sobre la fría cama de una habitación del hotel.
Era obvio, el nerviosismo me agobiaba, no sabía como comenzar, era mi primera vez, la primera vez con una mujer. Antes habían sucedido pequeños escarceos con algunas mujeres: besuqueos y caricias, también había perdido mi virginidad hacia bastante tiempo con un amigo, pero estar con una mujer, con todo el detalle de la palabra, a solas, sabiendo que todo se podía hacer, nunca. Sí los días pasados yo me había comportado como una autentica seductora, aquí, frente a ti, sin nadie a nuestro alrededor, perdí mi disfraz y me llevaste con la misma euforia al descubrimiento del placer.
Aunque han pasado ya dos años, de vez en cuando, me asalta el mismo recuerdo del aroma concentrado en la habitación de aquel día. Era el perfume, combinación agria y dulce que se desprende al tener sexo; sexo repetido desde el medio día hasta que la noche nos asaltó. Honestamente no recuerdo si fue tu teléfono, con llamada histérica de tu novia ó si fueron los mensajes de mis amigas preguntando indiscreciones, lo que nos sacó del hotel; sólo permanece la sensación de salir al exterior y envolverme en el movimiento nocturno de la ciudad en pleno bochorno. Te di las gracias y me fui caminando hasta el departamento.
A partir de ese día, en cada uno de nuestros encuentros, terminábamos encamadas, yo sabiendo muy poco y tú enseñándome a descubrir lo que había permanecido dormido dentro de mí.
Ahora creo que comenzamos con lo que debería ser la parte intermedia de una relación. Después de cada lección, con el sudor entre las piernas, nos íbamos conociendo, contándonos pasajes trascendentales de la vida cotidiana y parece que funcionó. Hay relaciones que van más rápidas que otras, eso depende de las personas que conforman una pareja, es decir, tu y yo nunca vacilamos en arrojarnos, sólo lo hicimos sin reflexionar hacía donde nos estábamos dirigiendo, viviendo el presente, únicamente interesándonos en lo que transcurría en el “hoy”.

De repente, cierto día, en medio de la respiración agitada, escuché decirte a mi oído la frase:
“Te amo”. Me quedé inmóvil, con los ojos abiertos por la sorpresa y de inmediato hice aún lado tu cuerpo mientras pensaba en cómo corresponder a tu llamado. No supe que decir, tampoco me atreví a mentirte pronunciando algo que no sentía, preferí quedarme callada. Ahora los verdaderos sentimientos se asomaban al umbral de la puerta, yo no deseaba aquello, sólo quería vivir relajadamente sin
responsabilidades. Nuestra extraña relación hasta ese día no me había exigido compromiso pero con la sencilla frase “Te amo”, todo cambiaba; honestamente pensé en salir corriendo, alejarme de ti.

Y así pasaron los días de enero y febrero, fingiendo concentrar mi energía en la búsqueda de empleo, de los cuales, todos me parecían absurdos y denigrantes; imaginaba sirviéndole a los extranjeros y me llenaba de rabia, eso no, no deseaba eso para mí, quizá la vacuna antiyankee que me inyectaron mis padres en sus tiempos de progresismo socialista daba claros resultados, entonces qué carajos estaba haciendo en esa tierra llena de rubios que despilfarraban su dinero en diversión. Comprendí que la importancia del color del dólar es más substancial que la integridad ética de cada individuo y me sentí muy triste, una vez más me había equivocado, me dejé llevar por el espejismo de no sé que cosa y ahora me consideraba aún más mediocre. Las jornadas comenzaron hacerse pesadas y desesperanzadoras, debía actuar antes de que la depresión me invadiera; una entrevista más para un posible empleo y si de ese recibía una negativa me regresaría a casa para iniciar en los negocios de la familia.
Entre los nuevos planes y la incertidumbre, de repente desapareciste varios días y aún sigo sin entender muy bien lo que sucedió. Nunca te pregunté directamente sobre los hechos ocurridos, sólo deduje las circunstancias, es más no quería imaginarme lo que estaba pasando por el corazón de tu novia, me hice la loca. Recibí un mensaje tuyo donde decías que estabas teniendo una pelea con ella, la estabas enterando sobre nuestra relación y la situación al parecer se complico demasiado, hubo forcejeos e insultos. Esa noche no pude dormir, soñé una multitud de pesadillas; a mitad de la madrugada llegó tú último mensaje: No importa lo que pase, bien vale la pena arriesgarse por ti; voy a dejarla … Me quedé pasmada; de forma moderada te había comentado que probablemente debía regresar a casa pero nunca lo pronuncie para que pareciera verdadero. Tú te arriesgabas y yo estaba planeando el nuevo curso de mi vida.
En los días que desapareciste, me llamó mi madre y me pidió que sí iba a regresar a casa, lo hiciera pronto pues había mucho trabajo que hacer. Reforzado a lo anterior, recibir la negativa del posible empleo y al siguiente día compré mi boleto de avión, en cinco días retornaba a mi tierra y yo esperaba que aparecieras pronto para despedirme.
La primera semana de marzo fue extenuante. Tres días antes de partir visité la playa y en el mar arrojé mi nostalgia por ti, sinceramente creí que nunca volvería verte; escribí un poema dedicado a tu piel y a tus besos sabor a sal y se lo leí a las olas para que ellas te lo cantaran en mi ausencia. Mirar la inmensidad azulina fue mi forma de despedirme de ti. Tenía una mezcla de felicidad y resignación pues aunque sabía que te quería, en el fondo no te amaba, aún faltaba mucho para que yo pudiese pronunciar esa palabra dedicada a otra persona.
Y bien, como lo auguró mi amiga Teresa, llegaste en la mañana faltando dos noches para partir. Ella abrió la puerta y cuando llegó hasta nuestra habitación tenía una enorme sonrisa atónita. Ves, te lo dije, ella vendría hasta el último momento. Salí rápidamente a tu encuentro y no pude contener mis abrazos efusivos; tomé las llaves del departamento y te llevé al jardín del edificio, necesitaba decirte lo que estaba por ocurrir. Nunca creí que fuera tan difícil decir algo tan sencillo: Me voy, aquí me siento muy triste. Sale, bye. Tartamudeé un poco pero finalmente pude decírtelo. Me sentí la peor persona viviente en la tierra cuando comenzaste a llorar, hasta ese momento comprendí que para ti la relación era algo serio, así que cometí un gravísimo error, me dejé llevar por la compasión y sin pensar en las consecuencias de lo que estaba por hacer, te dije: Ven conmigo, ven a vivir conmigo, súbete a mi barco. Era obvio, tus lágrimas ahora se transformaban en desconcierto. Ya me habías contado la historia de la relación con tu novia: Se habían conocido en el Distrito Federal, comenzaron a salir, después se convirtieron en novias, no tardaron en vivir juntas, paso el tiempo y de repente te dio nostalgia por tu tierra y por tu madre, la exhortaste a irse contigo, arriesgando su trabajo, su estabilidad, abandonando todo y pues ella lo hizo, te siguió; ahora tu le habías comunicado que la habías dejado de amar y que realizarías tu vida con otra persona, pero ahora esa persona, la cual era yo, te estaba pidiendo lo mismo que tu le habías pedido a ella unos cuatro años antes, así de ésta manera te sonó la misma historia, sólo que ahora tú estarías en el papel contrario; te aseguró que paso por tu cabeza la idea de que podría ocurrirte lo mismo que le acontecía a tu aún novia, era como si el karma tuviera un foquito rojo:
Cuidado la vida puede cobrarse lo malo que has hecho. Deduje tus dudas y concluí cambiar un poco la estrategia: Bueno, si quieres esperamos dos meses para que dejes todo organizado aquí, así tendré tiempo para buscar departamento y comenzar a comprar los muebles necesarios. Respiraste y yo respiré, era una mentira piadosa, una forma de tranquilizar tus miedos y apaciguar mi sentido de culpa. Dimos por terminada la charla y nos dedicamos a festejar la una cerca de la otra, hasta que regresé al departamento cinco horas antes de mi vuelo para empacar y así retornar a mi hogar. Preguntaste si podías ir al aeropuerto para despedirte y me negué, para qué despedirse si sólo traería momentos de tristeza.

Llegué a casa un martes, confundida, atolondrada, esperando a que la vida resarciera mi voz descompuesta. El trabajo se puso arduo, lo cual me ayudó mucho para alejarme de cualquier pensamiento melancólico. Te extrañaba pero fue así como comencé a escribir; todas esas ideas las arrojaba en las hojas y la tristeza me abandonaba. Cuando me di cuenta ya había pasado un mes. El trabajo me absorbía, además si tanto me quejaba de que allá en tú tierra no había nada de arte con el cual abastecer la sensibilidad, aquí, en la mía, no paraba de asistir a conciertos, exposiciones, obras de teatro y fiestas de artistas conocidos de la familia. Me juzgaba plena al ir construyendo mi futuro; parecía un gran pavoreal pues a mis 26 años estaba absorbiendo todo el conocimiento necesario para convertirme en una exitosa empresaria, era como decir: Lo estoy logrando ¿Se dan cuenta? Soy importante ante ustedes y para ustedes; pero había algo que no dejaba de hacerme ruido en la cotidianidad, simplemente me encontraba libre y alejada de ti. En un mes había esquivado toda posibilidad de divertimento gay, era consciente de que en a la primera oportunidad yo fallaría y te sería infiel. Lo fui, no logré contenerme.
Mi mejor amiga estaba feliz por mi retorno a la ciudad y por demás quería conocer mi nueva forma de ser; aunque lleváramos años de amistad, apenas le había dado la noticia de que yo era gay. Halló, invitándome a salir con grupo de amigos, la mejor manera de saber quién era la persona que había escondido tanto tiempo su verdadera naturaleza. Esa noche me presentó a la amiga de la amiga. Sorpresa, la chica también era gay y no tenía pareja. Lo primero fue diversión en el antro, después, ya muy entrada la madrugada, nos invitaron una fiesta donde tocó un grupo muy popular de sourff. Risas, cervezas, más risas, botellas de tequila y entre todo eso las miradas insistentes de la chica. No pude soportarlo más; el deseo de comerme el mundo a tajas me ponía en bandeja de plata la posibilidad de sentirme una vez más la constructora de mi camino. Ideé un plan y terminé agarrandome a los besos con la chica dentro de mi automóvil.
Al día siguiente desperté a su lado, con una terrible jaqueca pero radiante por haber conseguido mi deseo oculto. Como tantas ocasiones se repetiría, sólo se quedaba en una noche de revolcón y no volvía nunca a saber de ellas.
La respuesta a mis dudas llegaba, el momento de decirte adiós yo misma lo había provocado. Fui cobarde, preferí mandarte un correo electrónico, explicándote enmarañadamente que lo nuestro no tenía futuro, el destino me ayudo, ahora eras tú la que decías no poder seguirme, tu vida estaba allá. Así se terminaron las palabras bellas, los deseos de encontrar tus besos en mi almohada. Guardé tus regalos y cartas en una caja, sólo abriéndola mucho tiempo después cuando me sentía triste porque alguien había jugado con mi corazón.
En adelante hubo poca comunicación, creí que todo estaba resuelto, entendí que el círculo se había cerrado a la perfección, puras conjeturas para evadir la verdad. Alguien me dijo en una charla, con demasiados vasos de vodka, que en las relaciones es más fácil ser la victima que ser el victimario. Así es, la victima sólo sufre y llora pero el dolor siempre termina por curarse; por el contrario, el victimario comprende que la maldad existe dentro del corazón, dejando el estigma en la voluntad de volverse a repetirse una y otra vez. En ésta ocasión yo era el victimario; estocada tras estocada lastime tu integridad.
El tiempo me enseñó a descubrir mi personalidad con las tantas relaciones que tuve. Exactamente un año después, regresé a tu tierra pues una de mis amigas se casaba y el festejo se realizaría allá. Creyendo que las heridas estaban curadas, te llamé por teléfono para volvernos a ver. En tu voz encontré enfado y creí conveniente hacer más distancia. Nunca llegué a la cita, elegí hacerle caso a mi ego gigante … It´s my life, it´s now or never … otro traspie de mi inconsciencia.

Han pasado dos largos años. Esa que tu conociste ya no es la misma. Por la vida encontré muchos ecos fallidos; caí y volví a levantarme, de repente cuando creí que el universo me ponía demasiadas pruebas, llegó el amor, ese que transforma y te exige ser valiente para enfrentarte a tus propios demonios. Hoy, mientras escribo ésta carta, sólo dedicada para ti, enfrento mis limitaciones y aunque la incertidumbre de tu respuesta me carcoma, es el instante oportuno para decirte que lamento mucho haber transgredido tu cariño, lamento haber sido la persona estúpida que no pudo valorar la esencia del amor.
¿Y cómo resarcir el daño? No lo sé. Sólo estoy aquí, escribiendo entre un mundanal de ruido producido por los automóviles que cruzan por ésta gran avenida, reflexionando: En mi vida he cruzado con la existencia de otras personas, todas ellas han dejan una huella, unas más grandes que las otras; tu eres una de esas personas que se recuerdan.
Perdóname … libérate liberándome de éste estigma.

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